En este apartado se recogen y se analizan algunas de las creencias y mitos alimentarios más comunes relacionados con la alimentación durante el tratamiento de cáncer, explicando si están fundamentados o si, por lo contrario, no tienen ninguna base científica firme que los sostenga.
La búsqueda de información sobre los aspectos alimentarios que podrían modificarse para combatir la enfermedad es una práctica común tras el diagnóstico del cáncer. Productos, cocciones, utensilios, dietas… que podrían ser perjudiciales o que podrían tener un efecto mágico o milagroso en el organismo. Toda esta información de páginas web, libros, revistas hasta incluso de consejos de amigos o familiares que han oído o leído sobre el tema, puede generar una sobreinformación y con ella sensación de angustia, al no saber qué es lo realmente cierto y lo que no. En algunos casos, se termina por eliminar de la alimentación alimentos imprescindibles para afrontar la enfermedad o, al contrario, por añadir alimentos, hierbas o suplementos que pueden ser perjudiciales o que, simplemente, incrementan el coste de la alimentación sin ninguna evidencia real de su eficacia.
Para la elaboración de este apartado, se ha realizado una revisión bibliográfica de estudios científicos publicados en los últimos años y se han considerado las declaraciones de los organismos oficiales de seguridad alimentaria existentes, estatales e internacionales, como la ACSA (Agencia Catalana de Seguridad Alimentaria), la AECOSAN (Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición del Ministerio de Sanidad español); la EFSA (Agencia Europea de Seguridad Alimentaria); la FDA (Agencia de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos), y la OMS (Organización Mundial de la Salud). También se han seguido las recomendaciones de diferentes institutos, sociedades y asociaciones especializados en la investigación y la difusión de información relativa a la prevención y el tratamiento del cáncer.
No es necesario eliminar la carne roja de la alimentación durante el tratamiento oncológico. Con todo, consumirlos es totalmente opcional.
Es un alimento muy mitificado. Su mala fama recae en que un elevado consumo de carne roja se relaciona con un aumento del riesgo de desarrollar algún tipo de cáncer, especialmente el colorrectal. Esta información se ha ido modificando hasta llegar a la falsa conclusión de que el consumo de carne roja es perjudicial para personas que padecen la enfermedad.
Durante el tratamiento y recuperación posterior, consumir carne roja no es perjudicial, ya que el consumo de proteína es básico para reparar y regenerar tejidos. La recomendación de consumo de carne es de tres o cuatro raciones a la semana (100-125 g/ración), de las cuales dos pueden ser de carne roja; y hay que priorizar las partes más magras, retirar la grasa visible y limitar su ingesta cuando sea procesada.
El grupo de trabajo de la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC) concluyó que existe una asociación entre un alto consumo de carne roja y procesada y el desarrollo de cáncer colorrectal, y clasifica las carnes procesadas como carcinógeno y la carne roja como probable carcinógeno. Aún así, no existe ningún consenso que relacione un consumo moderado con el riesgo de desarrollo de cáncer o de interacción durante el tratamiento. La carne, y entre ésta la roja, es una excelente fuente de proteínas de alta calidad, zinc, hierro, vitaminas del grupo B y vitamina K.
La recomendación de los expertos es seguir una alimentación saludable y equilibrada que incluya el consumo diario de lácteos. Solo deben eliminarse los productos lácteos de la alimentación si el oncólogo referente o el dietista-nutricionista del centro tratante lo indica.
El efecto perjudicial que el consumo de productos lácteos tiene sobre las personas en tratamiento de cáncer es otro de los mitos más comunes. Su origen puede ser la falsa relación entre el cáncer de mama y el tipo de grasa que contienen los derivados de la leche. A la grasa de este tipo de productos, mayoritariamente saturada, se le ha otorgado siempre una mala reputación.
Durante el tratamiento del cáncer, la recomendación de los expertos es seguir una alimentación saludable y equilibrada que incluya el consumo diario de lácteos (dos o tres raciones al día), por los nutrientes que aportan (proteínas, vitaminas y minerales). Cada persona puede consultar a su especialista cuál es la versión más adecuada para sus necesidades (lácticos enteros, semidesnatados o desnatados). En el caso de intolerancia a la lactosa, puede probarse la tolerancia a los lácteos fermentados como yogur y queso o utilizar lácteos sin lactosa. Las bebidas vegetales de soja, avena, arroz o almendra no son nutricionalmente equivalentes.
La evidencia científica actual indica que el consumo adecuado de productos lácteos como la leche, el yogur o los quesos no está asociado a un mayor riesgo de desarrollar cáncer ni tampoco que tenga un efecto negativo sobre los tratamientos. En estudios recientes, se ha observado que algunos componentes de la leche, como el calcio, la vitamina D y la lactoferrina, podrían tener un efecto anticancerígeno y disminuir el riesgo de ciertos tipos de cáncer, como el de mama o colon, aunque que se necesitan más estudios para confirmarlo.
Comer azúcar o alimentos que contengan diferentes tipos de azúcares de manera moderada, especialmente procedente de las frutas, las hortalizas y los cereales, y dentro de una alimentación equilibrada, no tiene efectos perjudiciales para la salud.
Algunas fuentes han sacado de contexto los resultados de estudios en los que se revela el efecto que provoca el azúcar en el crecimiento de las células tumorales. Esto ha provocado la eliminación por completo de todos los azúcares y sus derivados en la dieta de muchos pacientes en tratamiento oncológico por miedo a alimentar el cáncer.
Durante el tratamiento del cáncer, es importante mantener un correcto estado nutricional, por lo que comer de manera moderada azúcar o alimentos que lo contengan, especialmente frutas, hortalizas y cereales, forma parte de una alimentación equilibrada. Si debe limitarse (no eliminarse estrictamente) el consumo de alimentos ricos en azúcares añadidos (refrescos, bollerías, chucherías, zumos comerciales…).
En los últimos años, numerosos autores han estudiado el efecto de la glucosa en la replicación de las células tumorales y algunos han evaluado el papel de la restricción calórica en la biología celular y molecular del tumor tanto in vitro como in vivo en animales. Este tipo de restricciones puede tener consecuencias no deseadas en los pacientes sometidos a tratamiento oncológico, como desnutrición, pérdida de masa muscular y deficiencias nutricionales importantes, que pueden poner en juego la eficacia del tratamiento oncológico. Por todo eso, la evidencia actual en humanos desestima la restricción de hidratos de carbono en la dieta durante el tratamiento y anima a seguir una dieta equilibrada con suficiente aporte de energía y proteínas.
El consumo moderado de chocolate no tiene ningún efecto perjudicial sobre la salud de las personas en tratamiento de cáncer. Dentro de una alimentación equilibrada, se puede incluir el consumo de chocolate, preferiblemente negro o alto en cacao (mínimo 70%), siempre en cantidades moderadas.
El origen del mito, y que lleva a algunas personas a eliminar totalmente el chocolate de la alimentación, podría encontrarse en el hecho de que la mayoría de los alimentos elaborados a base de chocolate son relativamente elevados en azúcares y/o grasas, y por lo tanto en calorías. Un consumo elevado de ellos puede contribuir al sobrepeso y la obesidad, factores que pueden aumentar el riesgo de algunas enfermedades, entre ellas, el cáncer.
Podemos incluir el consumo de chocolate dentro de una alimentación saludable y equilibrada, limitando el consumo de aquellos productos, de alto contenido también en azúcares y grasas. Como consecuencia de los posible efectos beneficios del chocolate en la salud, algunos estudios consideran que existe suficiente evidencia para justificar el consumo de cantidades moderadas (10-15g) de chocolate negro al día.
No existe evidencia científica que relacione un consumo moderado de chocolate con un aumento del riesgo de padecer cáncer o de interacción con el tratamiento oncológico. Durante los últimos años, se ha estudiado el posible efecto beneficioso que tendría en la salud el consumo de chocolate negro (>70% de cacao), por su elevado contenido en polifenoles (de alto poder antioxidante) y otros compuestos bioactivos, observándose beneficios en el sistema cardiovascular y nervioso.
Actualmente no existe ninguna evidencia que indique que los edulcorantes artificiales disponibles en el mercado estén asociados al riesgo de desarrollar cáncer o que tengan un efecto negativo en los pacientes ya en tratamiento.
En las últimas décadas diversas afirmaciones asocian el consumo de edulcorantes con diferentes efectos adversos sobre la salud, entre ellos la posible relación con el cáncer. Algunos medios de comunicación han hecho difusión de informes anecdóticos o publicaciones científicas que pueden generar incertidumbre en relación con la seguridad de los edulcorantes.
Siempre que el especialista no indique lo contrario las personas en tratamiento de cáncer pueden consumir edulcorantes o alimentos que los contengan con tranquilidad, dentro siempre de una alimentación equilibrada y en cantidades moderadas. Si no hay problemas de peso o diabetes y el médico o dietista-nutricionista no lo ha recomendado, no es necesario introducirlos en la dieta.
Los edulcorantes artificiales o bajos en calorías (acesulfamo K, aspartamo, sacarina…) son ingredientes entre 150 y 600 veces más dulces que el azúcar; estos sirven para endulzar los alimentos, especialmente en dietas de control de peso o en el caso de personas con diabetes. No existe evidencia de que los edulcorantes estén asociados al desarrollo del cáncer. La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) revisa su seguridad periódicamente, y el número E indica que el producto ha sido aprobado y es seguro para el consumo humano.
En ningún caso. El agua del grifo, siempre que esté especificada como agua potable, puede destinarse a consumo humano, tanto para cocinar como para beber.
Algunas fuentes de información sugieren que consumir agua del grifo durante el tratamiento no es adecuado, ya que algunos de sus componentes (flúor, cloro) pueden ser nocivos. El origen de esta creencia puede surgir de algunos estudios publicados en los años noventa sobre el incremento de cáncer de huesos en ratas a las cuales se les subministró agua fluorada. Además, existe la creencia popular de que el agua del grifo no es buena para beber porque se desconoce su origen, cómo se transporta o los materiales de que están hechas las cañerías.
Beber es imprescindible y, especialmente para las personas que reciben tratamiento oncológico. Es necesario mantener las células del cuerpo bien hidratada para que soporten mejor los tratamientos. Se recomienda asegurar la ingesta de unos dos litros de agua (unos 8 vasos) diariamente.
No existe evidencia científica que establezca una relación entre el consumo de agua fluorada y la aparición de cáncer o de un efecto perjudicial en el tratamiento. La fluoración del agua es una medida de salud pública para la prevención de las caries dentales, pero que en España no se realiza en el agua corriente. El cloro se añade al agua con la finalidad de desinfectarla de agentes microbianos que sí podrían ser perjudiciales para la salud. La Organización Mundial de la Salud (OMS) reúne grupos de científicos que evalúan los criterios sanitarios para garantizar la seguridad del agua de consumo público.
Sí. El pescado (tanto azul como blanco) y el marisco son imprescindibles en una dieta equilibrada y variada. Son una excelente fuente de proteínas, minerales, vitaminas del grupo B (B6 y B12) y vitaminas A, D y E, y la mejor fuente alimentaria de ácidos grasos omega-3.
El origen del mito surge del contenido en mercurio del pescado azul y los riesgos que su ingesta conlleva para la salud. Algunas fuentes defienden el efecto negativo que tiene consumirlo durante el tratamiento del cáncer y, por lo tanto, promueven la exclusión total de pescado azul de la alimentación.
El pescado tiene que estar presenta de manera habitual en las persones en tratamiento de cáncer por sus múltiples beneficios. Se recomienda, un consumo de pescado entre tres y cuatro veces a la semana para todas las personas, entre las cuáles uno o dos raciones, sean de pescado azul (sardina, caballa, boquerón, anchoas, salmón…).
Actualmente, encontramos evidencia que señala un efecto beneficioso de los ácidos grasos omega-3 presentes en el pescado azul durante el tratamiento y en la prevención de algunos tipos de tumores. El mercurio es un elemento que puede bioacumularse en algunas especies predadoras de vida larga como el atún, el emperador, el pez espada, el mero o el tiburón. Tanto la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) como la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición aconsejan consumir estas especies ocasionalmente y recomiendan evitarlas en mujeres embarazadas, en lactancia y niños de 1 a 30 meses. El pescado azul de dimensiones pequeñas (sardina, anchoa, caballa…) y el pescado blanco no acumulan metilmercurio y, por lo tanto, se pueden comer de manera habitual dentro de una alimentación equilibrada.
Los envases para el almacenaje y la conservación de alimentos de uso alimentario aprobados por la Unión Europea, de los cuales se haga un uso correcto, son seguros durante el tratamiento de un cáncer.
Algunas fuentes relacionan el uso de envases de plástico (al contener bisfenol A o BPA) con un aumento del riesgo de padecer algún tipo de cáncer, como el de mama o el de próstata. Estas fuentes seguramente se encuentran condicionadas por el hecho de que pequeñas cantidades de BPA puedan migrar a los alimentos y por su similitud con la actividad estrogénica.
Toda la población en general, tanto por sostenibilidad como por salud planetaria, debería reducir el uso de plásticos de un solo uso y por lo tanto también limitar aquellos alimentos y bebidas envueltos o recubiertos de plástico. Algunos institutos de investigación en cáncer recomiendan limitar el uso de productos con BPA en cáncer de mama u otros hormonodependientes. Esta recomendación no contraindica el uso de envases de plástico de uso alimentario, siempre que se utilicen correctamente; no se deben reutilizar los de un solo uso ni introducir en el microondas si no se encuentra especificado que son aptos para ello. Se recomienda priorizar los envases de cristal tanto para almacenar y conservar la comida en casa como también para calentar la comida en el microondas.
Desde 1930 se sabe que el BPA puede imitar al estrógeno, por lo que los efectos que tiene en la fertilidad, la reproducción y el sistema endocrino han sido objeto de numerosos estudios científicos, cuyos resultados se analizan con frecuencia. En la última evaluación de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) en 2015, los expertos concluyeron que no implica ningún riesgo para la salud de los consumidores, ya que la exposición al BPA a través de la dieta se estimaba por debajo del nivel de seguridad establecido. Pero en 2021 la EFSA ha aprobado la propuesta de la Comisión Técnica sobre la reevaluación del riesgo para la salud pública relacionado con la presencia de BPA en los alimentos donde se propone reducir de manera considerable la ingesta diaria tolerable en comparación con su evaluación previa de 2015, basándose en la evaluación de los estudios que se han publicado entre 2013 y 2018, especialmente los que indican efectos adversos del BPA en el sistema inmunitario. Los resultados de la reevaluación y por lo tanto posibles nuevas recomendaciones se esperan durante el 2022.
No. El teflón y el resto de los materiales disponibles en el mercado aptos para cocinar son
seguros y totalmente aptos para las personas durante el tratamiento oncológico
Algunas fuentes apuntan al efecto nocivo sobre la salud de los recubrimientos antiadherentes de los utensilios de cocina, más conocidos como teflón, por lo que recomiendan el uso exclusivo de sartenes y cazuelas de porcelana. Es posible que el origen del mito se base en los gases que se desprenden de una sartén antiadherente si se sobrecalienta a altas temperaturas (350-650 °C) y que podrían resultar tóxicos si se inhalaran. Estas temperaturas no se alcanzan nunca en las cocinas domésticas.
Aunque algunos institutos de investigación en cáncer recomiendan limitar el uso de productos con BPA en cáncer de mamá u otros hormonodependientes, los envases de plástico de uso alimentario son seguros, siempre que se utilicen correctamente. No se deben de reutilizar los de un solo uso ni introducir al microondas si no se encuentra especificado su uso para ello. Aun así, no hay que olvidar que debemos basar nuestra alimentación en productos frescos y que normalmente los productos envasados han sido procesados y su calidad nutricional puede ser menor.
No existe evidencia científica confirmada de que los materiales disponibles para cocinar (silicona, plásticos, cerámica, esmalte, cristal, acero inoxidable, hierro, cobre antiadherente y aluminio) tengan efectos nocivos para la salud, puedan provocar cáncer o interfieran en el tratamiento, siempre que se utilicen siguiendo las recomendaciones del fabricante. Con relación al teflón, la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC) concreta que no existe evidencia para clasificar el tetrafluoretileno como carcinógeno, por lo que utilizar materiales que lo contienen no supone ningún riesgo para la salud. Podría suponer un riesgo si se sobrecalentaran los utensilios por encima de los 350 °C, temperatura que no se alcanza en las cocinas domésticas y que quemaría los alimentos, que no podrían consumirse.
El uso del horno microondas no representa ningún riesgo para la salud. Las autoridades sanitarias avalan su seguridad desde hace años y puede utilizarse diariamente tanto para calentar como para cocinar los alimentos con total tranquilidad.
Existen muchos mitos en torno al microondas y sus efectos sobre la salud, especialmente con respecto al uso y la aparición de cáncer. El origen de los mitos es consecuencia de la interpretación errónea de los efectos que tienen sobre las personas las radiaciones que estos electrodomésticos utilizan para calentar o cocer la comida.
No está justificado utilizar exclusivamente utensilios de porcelana como único material seguro para cocinar durante el tratamiento de la enfermedad, pudiendo utilizar así con seguridad cualquier de los materiales disponibles en el mercado. Se recomienda, para toda la población o no sólo a personas con cáncer, que los instrumentos que estén en contacto con la comida sean de calidad, aptos para cocinar y, principalmente, que estén en buen estado, no estén estropeados y no tengan muchas ralladuras.
La cocción al microondas no modifica la composición química de los alimentos y tampoco emite una radiación ionizante. El electrodoméstico genera ondas que interaccionan con las moléculas polares del alimento (principalmente el agua) generando movimiento, y son los choques con moléculas contiguas los que producen el calor que los cocina. La seguridad de las ondas microondas está avalada tanto por la Organización Mundial de la Salud como por la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA), y su presunta relación con el cáncer fue ya desmentida en 2004 por la Asociación Española contra el Cáncer.
Algunos compuestos que se encuentran en los alimentos cocinados a la brasa podrían resultar cancerígenos, pero no existe evidencia alguna que relacione este efecto con un consumo ocasional.
Existe abundante controversia y discusión sobre el consumo de alimentos cocinados a la brasa, barbacoa o la parrilla por su relación con el aumento del riesgo de desarrollar cáncer. Algunas fuentes indican eliminar totalmente de la dieta cualquier alimento cocinado con estas técnicas.
Siempre hay que utilizar recipientes aptos para microondas y no superar los tiempos de cocción recomendados para no sobrecalentar los alimentos. Podemos utilizarlo tanto para calentar como para cocinar, representando un método de cocción que presenta ventajas ante el sistema tradicional: minimiza los tiempos, es limpio y conserva los nutrientes de los alimentos en una proporción un poco más alta que otros procedimientos culinarios.
Los hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAPs) y las aminas heterocíclicas (AH) son compuestos que se encuentran en alimentos (pescado y carne) cocinados con estas técnicas o en algunos ahumados. En algunos estudios se ha observado que pueden provocar cambios en el ADN y resultar así agentes cancerígenos. Algunos HAPs se han clasificado como cancerígenos probables en humanos por la Agencia Internacional de investigación sobre el Cáncer (IARC). Además, la exposición a niveles altos de AH puede causar cáncer en animales (siendo no muy clara la relación en humanos). Aun así, no hay suficiente evidencia que relacione un consumo ocasional con un efecto perjudicial cuando se está tratando un cáncer.
No es necesario. Comprar alimentos ecológicos es una opción personal y no una recomendación médica. A causa del extenso marco regulador, tanto los alimentos ecológicos como los convencionales pueden consumirse de manera fiable.
Muchas fuentes de información, no fundamentada, recomiendan una alimentación “natural” o exclusivamente ecológica a las personas que tienen cáncer para evitar así los residuos de plaguicidas o antibióticos que pueden contener algunos alimentos convencionales.
Consumir alimentos producidos de manera más sostenible, es beneficioso para la sostenibilidad del planeta, sobre todo si son de proximidad. Se recomienda, sea cual sea la elección: comprar en establecimientos de confianza y calidad, consumir productos de proximidad y temporada y lavar bien las frutas y verduras antes de consumirlas.
Aunque algunos estudios indican que hay más concentración de algunos componentes interesantes para la salud en productos ecológicos, la afirmación de que estos son nutricional o biológicamente mejores no es compatible con la actual evidencia científica, que, hasta la fecha, no ha demostrado que sean más seguros o nutritivos que los convencionales. Con relación a los efectos de comer alimentos ecológicos o convencionales sobre la prevención o tratamiento del cáncer, algunos estudios relacionan el consumo de alimentos ecológicos con un menor riesgo de padecer cáncer, pero se necesitan más estudios para poder establecer un conceso y una recomendación concreta.
El ajo y otras especies de la misma familia (cebolla, puerro, cebollino) contienen algunas sustancias que podrían tener cierto efecto beneficioso sobre el cáncer, según pruebas en el laboratorio, pero no se ha podido confirmar su efecto en humanos.
El ajo se ha usado desde la antigüedad para tratar diversas afecciones por sus propiedades antisépticas, fungicidas, bactericidas, depurativas, diuréticas y de mejora en la circulación. Las propiedades beneficiosas de este alimento son tantas que se ha llegado a hablar de propiedades anticancerígenas después de sacar de contexto resultados de estudios observacionales o realizados en el laboratorio, que no aportan información precisa y de confianza para dilucidar si el consumo de ajo puede tener efectos beneficiosos durante el tratamiento.
El ajo es un ingrediente común de nuestra cultura culinaria, de consumo habitual totalmente recomendado dentro de una dieta equilibrada. La OMS recomienda un consumo de ajo fresco para adultos de 2-5 gramos/día (1 o 2 ajos) por sus propiedades en el sistema vascular. Un consumo en exceso podría causar efectos secundarios como mal aliento, olores corporales fuertes, ardor de estómago, náuseas, vómitos… De la misma manera, se debe evitar consumir cantidades elevadas o en extractos antes y después de cualquier cirugía, ya que podría aumentar el riesgo de sagrado.
Diversas pruebas realizadas en el laboratorio han observado que el ajo y otras verduras de la misma familia contienen alicina y polifenoles, como la quercetina, que podrían proteger la célula de las sustancias desencadenantes del cáncer, reducir la proliferación celular o inducir la muerte celular de las células cancerosas. Aunque estas observaciones muestren que el consumo de ajo puede reducir el riesgo de padecer cáncer, de momento no hay suficiente evidencia científica para recomendar el ajo como un alimento que ayude a tratar el cáncer, ya que no hay estudios clínicos en humanos que lo confirmen.
El consumo de frutos rojos es totalmente seguro, pero el hecho de que se hayan demostrado algunos efectos sobre la salud no implica que puedan curar el cáncer si se consumen de forma habitual o excesiva.
La recomendación de consumir frutas rojas, tanto para prevenir como para curar el cáncer, está ampliamente extendida y es uno de los consejos más recurrentes cuando se habla de alimentación y prevención o tratamiento del cáncer.
Incluir frutos rojos en cantidades normales en la alimentación es totalmente seguro y beneficioso. La recomendación indica asegurar un consumo diario de 3 piezas o raciones de fruta fresca lo más variadas posibles, ya que tienen propiedades diferentes, y entre las que se incluyen los frutos rojos. Existen otros alimentos con sustancias de acción similar y la mejor manera de aprovechar las propiedades de la fruta es consumirla durante la temporada.
Los frutos rojos o del bosque (frambuesas, arándanos, moras, grosellas, fresa, etc.) son frutas pequeñas, ricas en polifenoles, con un poder antioxidante elevado. Aunque actualmente las investigaciones ofrecen resultados prometedores, la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA) indica que no hay suficiente evidencia que demuestre la efectividad de estos compuestos en el tratamiento y la prevención del cáncer. Entre las funciones que se les atribuyen encontramos la capacidad de bloquear selectivamente las proteínas presenciales que desarrollan cáncer, de interferir en la formación de nuevos vasos sanguíneos cerca de los tumores y en su progresión, la capacidad antioxidante (captación de radicales libres responsables del envejecimiento prematuro) y la capacidad para desarrollar mecanismos que inducen la apoptosis de células tumorales. La evidencia indica que comer frutos rojos tiene efecto beneficioso, pero estas investigaciones hasta ahora solo han dado resultados a nivel de laboratorio.
Para poder verificar que el consumo de té verde, por su alto poder antioxidante, tiene capacidad de disminuir el riesgo de desarrollar cáncer o ejercer un efecto curativo, es aún necesario realizar estudios en humanos.
En los últimos años se ha hablado y escrito mucho sobre los efectos beneficiosos del té verde sobre la salud, entre los que se destaca que consumirlo habitualmente puede prevenir el cáncer y ayuda a curarlo.
Beber té verde es una buena opción para incrementar el consumo de líquidos y fomentar un buen estado de hidratación, imprescindible en una persona en tratamiento oncológico. Se debe tener en cuenta que contiene teína, de propiedades estimulantes, y por ello no se recomienda su consumo antes de ir a dormir o si se tiene insomnio. Un consumo elevado té verde (más de dos tazas al día) podría suponer interacciones con algunos fármacos utilizados en el tratamiento y es necesario así, consultar con el médico.
El té verde contiene una alta proporción de polifenoles, como el epigallocatechin-3-gallate (EGCG), responsable principal de sus efectos positivos. Estudios científicos de laboratorio y en animales han demostrado que es un potente antioxidante con capacidad in vitro para disminuir el riesgo de desarrollar determinados tipos de cáncer, inhibir las células tumorales e inducir la apoptosis de estas y disminuir la angiogénesis. No obstante, es necesario comprobar estos efectos en estudios clínicos en humanos. Debido a que en el mercado encontramos diferentes tipos y cada persona lo prepara de forma distinta, su funcionalidad se ve condicionada por diferentes factores y es necesaria mucha información para establecer unas recomendaciones concretas.
Los efectos del consumo de semillas de lino sobre el tratamiento o la prevención del cáncer no están demostrados.
Algunas personas en tratamiento incluyen en su alimentación las semillas de lino a raíz de haber escuchado o leído sobre sus posibles beneficios. Existe abundante información en redes y diversas fuentes, que afirman que comer semillas de lino puede prevenir y curar el cáncer, principalmente el de próstata, de pulmón, de colon, de recto o de mama.
Aunque los posibles efectos sobre el cáncer no se encuentran demostrados, el consumo moderado (de una a tres cucharadas al día) tiene beneficios sobre el sistema vascular, pero integrarlas en una alimentación equilibrada es totalmente opcional y no una recomendación médica. Se pueden moler para facilitar la absorción de los ácidos grasos y consumir enteras en caso de estreñimiento. En caso de querer ingerir más cantidad, consultar con el oncólogo ya que un consumo excesivo puede suponer interacciones con medicamentos. Consultar también, en caso de cáncer de mama hormonodependiente.
La investigación científica sugiere que las semillas de lino pueden reducir el riesgo de cáncer a través de los lignanos (unos compuestos polifenólicos con capacidad fitoestrogénica), del ácido linolénico o de los ácidos grasos omega-3 que contienen. Estudios realizados en animales concluyen que los lignanos actúan como antioxidantes y que las semillas de lino reducen la formación, el crecimiento o la propagación de algunos tipos de cáncer. Los estudios en humanos son muy limitados y de momento no hay suficiente evidencia científica para recomendar las semillas de lino como protectoras o como terapia durante el tratamiento.
Actualmente no existe suficiente evidencia científica que confirme que su consumo durante el tratamiento tenga efectos beneficiosos sobre la enfermedad, puesto que faltan ensayos clínicos y estudios dosis-efecto.
En los últimos años se ha descrito la curcumina de la cúrcuma como uno de los componentes con más posibles efectos beneficiosos para prevenir y tratar el cáncer. Esto ha hecho aumentar el número de fuentes que recomiendan su consumo durante el tratamiento.
Utilizar la cúrcuma dentro de una alimentación equilibrada es totalmente seguro. Su uso tradicional para elaborar platos, como el de otras especies, no comportaría ningún efecto perjudicial. En caso de un consumo a dosis altas, consultar siempre con el médico ya que puede interferir con algunos fármacos utilizados en la quimioterapia.
La cúrcuma es una especia que contiene en sus rizomas la curcumina, a la que se otorgan potenciales efectos anticancerígenos. En diversos estudios hechos en el laboratorio y en animales se ha demostrado que presenta actividad antitumoral y de apoptosis en un amplio espectro de células, que tiene capacidad antioxidante (que previene la angiogénesis, inhibiendo células cancerosas y retrasando el crecimiento y propagación del cáncer) y que tiene efecto antinflamatorio en las células cancerosas. Los ensayos clínicos en humanos sobre estos efectos de la curcumina se encuentran en las primeras fases, siendo necesario esperar para saber si se convierte en un elemento a introducir en el tratamiento del cáncer.
No se recomienda seguir dietas alternativas y tampoco consumir suplementos alimentarios sin que hayan sido prescritos por el oncólogo o el dietista-nutricionista de referencia.
La creencia del efecto beneficioso de los suplementos antioxidantes goza de gran popularidad en el tratamiento del cáncer. El consumo de suplementos y la realización de dietas alternativas es una práctica muy extendida entre personas afectadas de cáncer, que habitualmente se realiza sin la prescripción del oncólogo responsable, por lo que pueden ser peligrosas, ineficaces o contraproducentes para el tratamiento oncológico que se está realizando.
Utilizar la cúrcuma dentro de una alimentación equilibrada es totalmente seguro. Su uso tradicional para elaborar platos, como el de otras especias, no comportaría ningún efecto perjudicial. En caso de un consumo a dosis altas, hay que consultar al oncólogo referente, ya que puede interferir con algunos fármacos utilizados en el tratamiento con quimioterapia.
Se han probado pocos beneficios en ensayos clínicos y la evidencia es insuficiente para avaluar el equilibrio entre los beneficios y los peligros del uso de suplementos en oncología. En el mercado existen muchos suplementos de composición y calidad muy variable, muchos inofensivos y seguros, pero otros pueden causar efectos secundarios graves y nocivos, al interactuar con los tratamientos. La evidencia sobre dietas alternativas, como los resultados de un estudio publicado en la revista Anticancer Research, indican que no solo no contribuyen a la mejora del pronóstico del cáncer, sino que pueden comprometer el estado nutricional de los pacientes. Algunas de ellas se relacionan con la pérdida de peso, de hambre, estreñimiento o déficits vitamínicos, entre otros.
No. No existen estudios científicos que hayan relacionado los alimentos transgénicos con procesos oncológicos.
Existe la falsa creencia de que los alimentos modificados genéticamente o transgénicos se encuentran relacionados con procesos tumorales. Se cree que al modificar los genes de los alimentos, se modifican también los de las personas que los consumen, dando lugar así a mutaciones y a la generación de posibles tumores.
La recomendación de seguir una dieta saludable y equilibrada basada en el patrón de la dieta mediterránea puede realizarse incluyendo alimentos de este tipo, ya que la Unión Europea garantiza que su consumo es seguro antes de su comercialización. Además, la normativa obliga a que todo alimento que sea OMG, sus ingredientes contengan o estén producidos a partir de ellos, debe estar indicado en su etiquetado. Así, incluirlos o no en la alimentación, será una opción y elección personal.
Los alimentos genéticamente modificados son aquellos cuyo material genético se ha modificado usando técnicas modernas de ingeniería genética para conferirles una propiedad determinada, por ejemplo mejorar sus características nutricionales, mejorar deficiencias nutricionales poblacionales, potenciar su crecimiento o hacerlo más eficiente, ofrecer resistencia de los cultivos a enfermedades o plagas, entre otros. La Unión Europea garantiza que su consumo es seguro antes de su comercialización comprobando que no provocan alergias, no transfieren material genético ni son resistentes a antibióticos y que no se dan cambios significativos a nivel nutricional. Hasta la fecha, no existen estudios científicos fiables ni evidencia contrastada que relacionen su consumo con la aparición de tumores o interferencias durante el tratamiento.
El consumo moderado de café durante el tratamiento del cáncer es seguro, aunque su ingesta podrá ser o no recomendada dependiendo de la sintomatología o efectos secundarios que vayan apareciendo. Por ello se aconseja consultar siempre al equipo médico de referencia.
Por un lado, años atrás, algunos estudios científicos relacionaron la ingesta de café con el aumento del riesgo de padecer cáncer y en especial, cáncer de páncreas. El tostado del café, además, genera acrilamida, una sustancia química con importante controversia. Por otro lado, algunos estudios más actuales afirman que el consumo de café podría estar asociado con una menor incidencia de algunos tipos de cáncer y otros efectos beneficiosos para la salud. Estos dos hechos han generado interrogantes y dudas entre las personas en tratamiento de un cáncer.
La evidencia no es suficiente para recomendar un incremento en la ingesta de café y pese a los beneficios, existen algunos efectos secundarios asociados, por ello, la recomendación indica que un consumo moderado de café puede formar parte de una dieta equilibrada. La EFSA aconseja un consumo medio máximo de 300 mg/día y que no se supere la ingesta de 400 mg de cafeína (dosis que repartida a lo largo del día no tiene efectos perjudiciales). Es necesario considerar que el contenido de cafeína dependerá del tipo de café, la dilución… y que, de media, una taza de café expreso contiene 80 mg de cafeína. Se recomienda no consumirlo por encima de los 65º y escoger café natural.
Estudios recientes y mejor diseñados que los iniciales no han encontrado relación entre el café y la aparición de cáncer, incluso vinculan su consumo y sus antioxidantes con diferentes beneficios para la salud y un menor riesgo de desarrollar algunos tipos de cáncer, siendo eliminado de la lista de posibles carcinógenos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Ningún estudio ha conseguido tampoco relacionar convincentemente la acrilamida del café como un factor de riesgo. Puesto que la mayoría de los resultados encontrados se basan en estudios observacionales, son necesarias más investigaciones para entender mejor la relación dosis-efecto entre tomar café y sus beneficios. Los resultados de una evaluación del 2018 de Nutrimedia, proyecto del Observatorio de la Comunicación Científica (OCC-UPF) en colaboración con el Centro Cochrane Iberoamericano (CCIb), muestran que los resultados de las investigaciones disponibles tienen un grado de certeza muy bajo y que, por lo tanto, es incierto o dudoso afirmar que el café es beneficioso para la salud. Estos estudios indican que consumir tres o cuatro tazas diarias, en comparación con no tomar nada de café, produce un efecto mínimo en la reducción del riesgo de muerte y de enfermedad cardiovascular; asimismo, muestran que un elevado consumo de café, en comparación con un bajo consumo, tiene un efecto mínimo en la reducción del riesgo de desarrollar un cáncer.
Actualmente no existe ninguna evidencia que relacione una ingesta, dentro de la cantidad diaria admisible, de cualquier de los aditivos aprobados por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria con un mayor riesgo de desarrollo de cáncer o interacciones durante el tratamiento.
Hoy en día aún continúan apareciendo noticias que relacionan los aditivos alimentarios con multitud de efectos adversos para la salud como alergias, disbiosis intestinal, mayor riesgo de desarrollar cáncer o interacciones con los tratamientos oncológicos, generando cierta incertidumbre sobre su seguridad y provocando que muchas personas los eviten.
La EFSA (European Food Safety Authority) revisa la seguridad de los aditivos alimentarios con una evaluación muy exhaustiva, periódicamente, habiendo finalizado la última evaluación en el año 2020. El número E, indica que ha estado aprobado y es seguro para el consumo humano. Por ello, los alimentos que contienen aditivos alimentarios pueden formar parte de una alimentación sana y equilibrada.
Los aditivos alimentarios son sustancias añadidas intencionadamente a los alimentos para ejercer funciones tecnológicas: dar color, mejorar la textura, endulzar, ayudar a conservar, entre otros. Existen diferentes tipos y siempre deben figurar en la lista de ingredientes indicando la función que desempeñan en el alimento. La evidencia científica de los efectos negativos de los diferentes aditivos alimentarios es amplia, pero frecuentemente poco contrastada o rigurosa. Por ello la EFSA somete los aditivos alimentarios a una evaluación muy exhaustiva, en la que se establece una ingesta diaria admisible para cada uno de ellos (estimación de la cantidad de sustancia que una persona puede ingerir a diario durante toda la vida sin que llegue a representar un riesgo apreciable para su salud).