En este apartado se recogen y se analizan algunas de las creencias y mitos alimentarios más comunes relacionados con la alimentación durante el tratamiento de cáncer, explicando si están fundamentados o si, por lo contrario, no tienen ninguna base científica firme que los sostenga.
La búsqueda de información sobre los aspectos alimentarios que podrían modificarse para combatir la enfermedad es una práctica común tras el diagnóstico del cáncer. Productos, cocciones, utensilios, dietas… que podrían ser perjudiciales o que podrían tener un efecto mágico o milagroso en el organismo. Toda esta información de páginas web, libros, revistas hasta incluso de consejos de amigos o familiares que han oído o leído sobre el tema, puede generar una sobreinformación y con ella sensación de angustia, al no saber qué es lo realmente cierto y lo que no. En algunos casos, se termina por eliminar de la alimentación alimentos imprescindibles para afrontar la enfermedad o, al contrario, por añadir alimentos, hierbas o suplementos que pueden ser perjudiciales o que, simplemente, incrementan el coste de la alimentación sin ninguna evidencia real de su eficacia.
Para la elaboración de este apartado, se ha realizado una revisión bibliográfica de estudios científicos publicados en los últimos años y se han considerado las declaraciones de los organismos oficiales de seguridad alimentaria existentes, estatales e internacionales, como la ACSA (Agencia Catalana de Seguridad Alimentaria), la AECOSAN (Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición del Ministerio de Sanidad español); la EFSA (Agencia Europea de Seguridad Alimentaria); la FDA (Agencia de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos), y la OMS (Organización Mundial de la Salud). También se han seguido las recomendaciones de diferentes institutos, sociedades y asociaciones especializados en la investigación y la difusión de información relativa a la prevención y el tratamiento del cáncer.
No se recomienda consumir suplementos alimentarios de ningún tipo sin que hayan sido prescritos por su equipo médico o dietista-nutricionista de referencia.
La existencia de gran variedad de productos con fines dietéticos suele generar confusión entre aquellos suplementos alimentarios a base de vitaminas, minerales, antioxidantes, y otros compuestos bioactivos que pueden adquirirse sin prescripción médica en herboristerías, farmacias, etc., y la suplementación nutricional con productos de nutrición médica. La creencia del efecto beneficioso de los primeros (los suplementos antioxidantes o a base de otros compuestos), goza de gran popularidad entre muchas personas en tratamiento de cáncer, por la gran cantidad de mensajes que se difunden sobre sus propiedades “miraculosas” pero sin evidencia científica que los respalde.
Un estado nutricional adecuado es básico para hacer frente a la enfermedad y sus tratamientos. En el mercado existen muchos suplementos de composición y calidad muy variable, muchos inofensivos y seguros, pero otros no. Por lo tanto, incorporar vitaminas, minerales, antioxidantes adicionales u otros compuestos bioactivos con el consumo de suplementos dietéticos puede causar efectos secundarios graves y nocivos dado que podrían interactuar o interferir con los tratamientos que se están recibiendo y reducir su eficacia u acción o probar toxicidades graves no esperadas. Por ello, debe consultar siempre con el equipo médico antes de incorporar un suplemento de este tipo a la alimentación. En cambio, cuando no se pueda cubrir las necesidades nutricionales a través de la alimentación, el oncólogo puede prescribir la suplementación nutricional con productos dirigidos a una alimentación especial. Estos han sido elaborados y formulados especialmente para el tratamiento nutricional de pacientes bajo supervisión médica, formando parte así del tratamiento y deben de diferenciarse totalmente de los anteriores.
A pesar de la investigación creciente sobre el uso de suplementos dietéticos durante el tratamiento oncológico, la evidencia actual es insuficiente. Actualmente no existen evidencia científica que avale que el uso de antioxidantes, vitaminas o minerales adicionales, ayude a tratar o curar el cáncer. Algunos tratamientos oncológicos, serán prescritos con dosis específicas de algunas vitaminas o minerales, pero su equipo médico realizará esta prescripción adicional. Por otro lado, los suplementos nutricionales, son productos para usos médicos especiales respaldados por evidencia científica con relación a su eficacia, seguridad y eficiencia de forma que da respuesta a las necesidades nutricionales de las personas que por su situación nutricional los requieren. La suplementación nutricional puede indicarse de forma complementaria a la ingesta de alimentos o como dieta líquida completa vía oral. Debe realizarse una valoración nutricional previa para seleccionar el producto más adecuado. Existen muchos tipos de suplementos nutricionales para atender las diferentes necesidades, además de tener diferentes sabores y texturas. Estos suplementos pueden ser financiados por el Sistema Nacional de Salud en función de diferentes requisitos que se encuentran regulados, y solo pueden adquirirse en farmacias o por vía hospitalaria.
No es necesario eliminar totalmente la carne roja de la alimentación durante el tratamiento oncológico, pero sí se recomienda hacer un consumo moderado y limitar el consumo de carne procesada. Aún así, su consumo es totalmente opcional.
Es un alimento muy mitificado. Su mala fama recae en que un elevado consumo de carne roja se relaciona con un aumento del riesgo de desarrollar algún tipo de cáncer, especialmente el colorrectal. Esta información se ha ido modificando hasta llegar a la falsa conclusión de que cualquier consumo de carne roja es perjudicial para personas que padecen la enfermedad.
Durante el tratamiento y la recuperación posterior, consumir carne roja no es perjudicial, ya que el consumo de proteína es básico para reparar y regenerar tejidos. La recomendación de consumo de carne es de tres o cuatro raciones a la semana (100-125 g/ración), de las cuales dos pueden ser de carne roja, priorizando las partes más magras, retirando la grasa visible y limitando su ingesta cuando sea procesada.
El grupo de trabajo de la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC) concluyó que existe una asociación entre un alto consumo de carne roja y procesada y el desarrollo de cáncer colorrectal, clasificando las carnes procesadas como carcinógeno y la carne roja como probable carcinógeno. Como resultado el Fondo Mundial para la Investigación del Cáncer Internacional (WCRF) recomendó limitar el consumo de carne roja a menos de 500g por semana y consumir la menor cantidad posible de carne procesada (WCRF, 2018). Aun así, no existe ningún consenso que relacione un consumo moderado con el riesgo de desarrollo de cáncer o de interacción durante el tratamiento. La carne, y entre ésta, la roja, es una excelente fuente de proteínas de alta calidad, zinc, hierro, vitaminas del grupo B y vitamina K.
La recomendación de los expertos es seguir una alimentación saludable y equilibrada que incluya el consumo diario de lácteos. Solo deben eliminarse los productos lácteos de la alimentación si el oncólogo referente o el dietista-nutricionista del centro tratante lo indica.
El efecto perjudicial que el consumo de productos lácteos tiene sobre las personas en tratamiento de cáncer es otro de los mitos más comunes. El origen puede ser la falsa relación entre cáncer de mama y el tipo de grasa que contienen los derivados de la leche. A la grasa de este tipo de productos, mayoritariamente saturada, siempre se le ha otorgado una mala reputación.
Durante el tratamiento del cáncer, la recomendación de los expertos es seguir una alimentación saludable y equilibrada que incluya el consumo diario de lácteos (dos o tres raciones al día), por los nutrientes que aportan (proteínas, vitaminas y minerales). Cada persona puede consultar a su especialista cuál es la versión más adecuada para sus necesidades (lácteos enteros, semidesnatados o desnatados). En el caso de intolerancia a la lactosa, puede probarse la tolerancia a los lácteos fermentados como yogur y queso o utilizar lácteos sin lactosa. Las bebidas vegetales de soja, avena, arroz o almendra no son nutricionalmente equivalentes.
La evidencia científica actual indica que el consumo adecuado de productos lácteos como la leche, el yogur o los quesos no está asociado a ningún efecto negativo sobre los tratamientos. En estudios recientes, se ha observado que algunos componentes de la leche, como el calcio, la vitamina D y la lactoferrina, podrían tener un efecto anticancerígeno y disminuir el riesgo de ciertos tipos de cáncer, como el de mama o colon, aunque que se necesitan más estudios para confirmarlo.
Comer azúcar o alimentos que contengan diferentes tipos de azúcares de manera moderada, especialmente procedente de las frutas, las hortalizas y los cereales, y dentro de una alimentación equilibrada, no tiene efectos perjudiciales para la salud.
Algunas fuentes han sacado de contexto los resultados de estudios en los que se revela el efecto que provoca el azúcar en el crecimiento de las células tumorales. Esto ha provocado la eliminación por completo de todos los azúcares y sus derivados en la dieta de muchos pacientes en tratamiento oncológico por miedo a alimentar el cáncer.
El azúcar es un nutriente esencial y pertenece al grupo de los hidratos de carbono, que pueden ser simples o complejos. Dentro de los simples se encuentran el azúcar refinado o de mesa, la bollería o las bebidas azucaradas, que son los que debemos evitar. Sin embargo, los azúcares simples de la fruta o los complejos procedentes de cereales, pasta o pan son alimentos recomendados durante el tratamiento del cáncer porque nos dan energía y nos ayudan al buen funcionamiento del organismo. Los hidratos de carbono forman parte de una dieta equilibrada y ayudan a mantener un estado nutricional adecuado durante el tratamiento oncológico. Igual que en la dieta mediterránea, entre el 50-60% de la energía diaria debe proceder de esta fuente de alimentos.
En los últimos años, numerosos autores han estudiado el efecto de la glucosa en la replicación de las células tumorales y algunos han evaluado el papel de la restricción calórica en la biología celular y molecular del tumor tanto in vitro como in vivo en animales. Este tipo de restricciones puede tener consecuencias no deseadas en los pacientes sometidos a tratamiento oncológico, como desnutrición, pérdida de masa muscular y deficiencias nutricionales importantes, que pueden poner en juego la eficacia del tratamiento oncológico. Por todo eso, la evidencia actual en humanos desestima la restricción total de hidratos de carbono simples y complejos en la dieta durante el tratamiento y anima a seguir una dieta equilibrada con suficiente aporte de energía y proteínas
El consumo moderado de chocolate no tiene ningún efecto perjudicial sobre la salud de las personas en tratamiento de cáncer. Dentro de una alimentación equilibrada, se puede incluir el consumo de chocolate, preferiblemente negro o alto en cacao (mínimo 70%), siempre en cantidades moderadas.
El origen del mito, y que lleva a algunas personas a eliminar totalmente el chocolate de la alimentación, podría encontrarse en el hecho de que la mayoría de los alimentos elaborados a base de chocolate son relativamente elevados en azúcares y/o grasas, y por lo tanto en calorías. Un consumo elevado de ellos puede contribuir al sobrepeso y la obesidad, factores que pueden aumentar el riesgo de algunas enfermedades, entre ellas, el cáncer.
Podemos incluir el consumo de chocolate dentro de una alimentación saludable y equilibrada. La evidencia científica justifica el consumo moderado de chocolate negro (>70% de cacao), dos o tres veces por semana sin exceder los 50 g a la semana.
No existe evidencia científica que relacione un consumo moderado de chocolate con un aumento del riesgo de padecer cáncer o de interacción con el tratamiento oncológico. Durante los últimos años, se ha reportado el efecto beneficioso que tiene el consumo de chocolate negro (>70% de cacao), en el sistema cardiovascular y nervioso, por su actividad antiinflamatoria y antioxidante, atribuido a su elevado contenido de flavanoles, polifenoles y otros compuestos bioactivos.
El consumo de edulcorantes artificiales disponibles en el mercado es seguro dentro de la Ingesta Diaria Admisible (IDA). Aun así, cada vez más, los expertos recomiendan limitar su consumo porque no aportan ningún beneficio. Además, van asociados a productos ultraprocesados, cuyo consumo elevado sí se relacionan con problemas de salud.
En las últimas décadas diversas afirmaciones asocian el consumo de edulcorantes con diferentes efectos adversos sobre la salud, entre ellos la posible relación con el cáncer. Algunos medios de comunicación han hecho difusión de informes anecdóticos o publicaciones de noticias que generan confusión en relación con la seguridad de los edulcorantes y la evidencia real existente.
Las personas en tratamiento oncológico pueden consumir edulcorantes o alimentos que los contengan con tranquilidad, dentro siempre de una alimentación equilibrada y en cantidades moderadas. Aun así, la OMS (Organización Mundial de la Salud) desaconseja tomarlos a la población general, y solo justifica su consumo en personas diagnosticadas de diabetes donde los edulcorantes artificiales pueden sustituir azúcares que tienen un mayor impacto en los niveles de azúcar en sangre.
Los edulcorantes artificiales o bajos en calorías (acesulfamo K, aspartamo, sacarina…) son ingredientes entre 150 y 600 veces más dulces que el azúcar, que tienen pocas o nulas calorías. Estos sirven para endulzar los alimentos y también se usan como aditivos alimentarios, especialmente en productos y dietas para personas con diabetes, dietas bajas en calorías, etc. La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) revisa su seguridad periódicamente, y el número E indica que el producto ha sido aprobado y es seguro para el consumo humano. Organizaciones como el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer (CIIC) y el Comité Mixto FAO/OMS de expertos en Aditivos Alimentarios (JECFA), también complementan estas revisiones y han publicado recientemente sus evaluaciones sobre los efectos del aspartamo. Actualmente, solo existe evidencia limitada en el caso de un consumo excesivo de aspartamo, habiendo sido clasificado como posiblemente carcinógeno para los seres humanos y en concreto para un tipo de cáncer de hígado. La misma publicación, ha reafirmado además, que el consumo de una cantidad que esté dentro de la ingesta diaria admisible de este producto es inocua, no siendo necesario modificar su valor, limitado a 40mg/kg de peso. Con relación a los demás edulcorantes artificiales, no existe evidencia de que estén asociados al desarrollo del cáncer o una interacción durante su tratamiento.
En ningún caso. El agua del grifo, siempre que esté especificada como agua potable, puede destinarse a consumo humano, tanto para cocinar como para beber.
Algunas fuentes de información sugieren que consumir agua del grifo durante el tratamiento no es adecuado, ya que algunos de sus componentes (flúor, cloro) pueden ser nocivos. El origen de esta creencia puede surgir de algunos estudios publicados en los años noventa sobre el incremento de cáncer de huesos en ratas a las cuales se les subministró agua fluorada. Además, existe la creencia popular de que el agua del grifo no es buena para beber porque se desconoce su origen, cómo se transporta o los materiales de que están hechas las cañerías.
Beber es imprescindible, especialmente para las personas que reciben tratamiento oncológico. Es necesario mantener las células del cuerpo bien hidratadas para que soporten mejor los tratamientos. Se recomienda asegurar la ingesta de unos dos litros de agua (unos ocho vasos) diariamente. Si se consume agua del grifo de manera habitual, puede continuar haciéndose de manera segura durante el tratamiento oncológico.
No existe evidencia científica que establezca una relación entre el consumo de agua fluorada y la aparición de cáncer o de un efecto perjudicial en el tratamiento. La fluoración del agua es una medida de salud pública para la prevención de las caries dentales, pero que en España no se realiza en el agua corriente. El cloro se añade al agua con la finalidad de desinfectarla de agentes microbianos que sí podrían ser perjudiciales para la salud. La Organización Mundial de la Salud (OMS) reúne grupos de científicos que evalúan los criterios sanitarios para garantizar la seguridad del agua de consumo público.
Sí. El pescado (tanto azul como blanco) y el marisco son imprescindibles en una dieta equilibrada y variada. Son una excelente fuente de proteínas, minerales, vitaminas del grupo B (B6 y B12) y vitaminas A, D y E, y la mejor fuente alimentaria de ácidos grasos omega-3.
El origen del mito surge del contenido en mercurio del pescado azul y los riesgos que su ingesta conlleva para la salud. Algunas fuentes defienden el efecto negativo que tiene consumirlo durante el tratamiento del cáncer y, por lo tanto, promueven la exclusión total de pescado azul de la alimentación.
El pescado es un alimento indispensable y tiene que estar presente de manera habitual en la alimentación de las personas en tratamiento de cáncer por sus múltiples beneficios. Se recomienda un consumo de pescado de entre tres y cuatro veces a la semana, y entre estas, que una o dos raciones sean de pescado azul (sardina, caballa, boquerón, anchoas, salmón…).
Actualmente, encontramos evidencia que señala un efecto beneficioso de los ácidos grasos omega-3 presentes en el pescado azul durante el tratamiento y en la prevención de algunos tipos de tumores. El mercurio es un elemento que puede bioacumularse en algunas especies predadoras de vida larga como el atún, el emperador, el pez espada, el mero o el tiburón. Tanto la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) como la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición aconsejan consumir estas especies ocasionalmente y recomiendan evitarlas en mujeres embarazadas, en lactancia y niños de 1 a 30 meses. El pescado azul de dimensiones pequeñas (sardina, anchoa, caballa…) y el pescado blanco no acumulan metilmercurio y, por lo tanto, se pueden comer de manera habitual dentro de una alimentación equilibrada.
Los envases para el almacenaje y la conservación de alimentos de uso alimentario aprobados por la Unión Europea, de los cuales se haga un uso correcto (no se deben reutilizar los de un solo uso ni introducir en el microondas si no se encuentra especificado que son aptos para ello), son seguros durante el tratamiento de un cáncer.
Algunas fuentes relacionan el uso de envases de plástico (al contener bisfenol A o BPA) con un aumento del riesgo de padecer algún tipo de cáncer, como el de mama o el de próstata, así como también con otras enfermedades. Esto se debe a la posible migración de pequeñas cantidades de BPA, que pueden interferir en el balance hormonal, a los alimentos.
Toda la población en general, tanto por sostenibilidad como por salud planetaria, debería reducir el uso de plásticos de un solo uso y por lo tanto también limitar aquellos alimentos y bebidas envueltos o recubiertos de plástico. Algunos institutos de investigación en cáncer recomiendan limitar el uso de productos con BPA en cáncer de mama u otros tumores hormonodependientes. Esta recomendación no contraindica el uso de envases de plástico de uso alimentario, siempre que se utilicen correctamente. Se recomienda priorizar los envases de cristal tanto para almacenar y conservar la comida en casa como también para calentar la comida en el microondas. Además, los materiales en contacto con alimentos deben fabricarse en conformidad con la normativa de la UE de forma que cualquier posible transferencia a los alimentos no plantee problemas con la seguridad o tenga efectos adversos en los alimentos.
Las sustancias químicas como el BPA utilizadas en contenedores de productos alimenticios pueden migrar en cantidades muy pequeñas a los alimentos y bebidas que contienen, existiendo limitada evidencia de posibles efectos adversos potencialmente nocivos para el sistema inmunitario. Frente a estos riesgos y la dificultad para estimar el nivel de exposición a estos componentes, recientemente, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA), ha publicado los resultados de su reevaluación del riesgo para la salud de la presencia de BPA en los alimentos. Estos incluyen la reducción significativa de la IDT (ingesta diaria tolerable) a 0,2 nanogramos por kilogramo de peso corporal al día como estrategia de salud pública. También alertan de que, todas las personas, de todos los grupos de edad con una exposición media y elevada al BPA superan esta ingesta, existiendo un problema de salud por la exposición dietética al BPA. Así, las autoridades están impulsando medidas de protección de la población como la nueva Ley de Residuos, prohibiendo el uso del BPA, para seguir asegurando la innocuidad de los envases y el cumplimiento de las nuevas recomendaciones de la EFSA.
No. El teflón y el resto de los materiales disponibles en el mercado aptos para cocinar son seguros y totalmente aptos para las personas durante el tratamiento oncológico
Algunas fuentes apuntan al efecto nocivo sobre la salud de los recubrimientos antiadherentes de los utensilios de cocina, más conocidos como teflón, por lo que recomiendan el uso exclusivo de sartenes y cazuelas de porcelana. Es posible que el origen del mito se base en los gases que se desprenden de una sartén antiadherente si se sobrecalienta a altas temperaturas (350-650 °C) y que podrían resultar tóxicos si se inhalaran. Estas temperaturas no se alcanzan nunca en las cocinas domésticas.
No está justificado utilizar exclusivamente utensilios de porcelana como único material seguro para cocinar durante el tratamiento del cáncer, pudiéndose utilizar así con seguridad cualquiera de los materiales disponibles en el mercado. Se recomienda, para toda la población y no solo a personas con cáncer, que los instrumentos que estén en contacto con la comida sean de calidad, aptos para cocinar y que estén en buen estado, sin ralladuras u otros desperfectos.
No existe evidencia científica confirmada de que los materiales disponibles para cocinar (silicona, plásticos, cerámica, esmalte, cristal, acero inoxidable, hierro, cobre antiadherente y aluminio) tengan efectos nocivos para la salud, puedan provocar cáncer o interfieran en el tratamiento, siempre que se utilicen siguiendo las recomendaciones del fabricante. Con relación al teflón, la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (IARC) concreta que no existe evidencia para clasificar el tetrafluoretileno como carcinógeno, por lo que utilizar materiales que lo contienen no supone ningún riesgo para la salud. Podría suponer un riesgo si se sobrecalentaran los utensilios por encima de los 350 °C, temperatura que no se alcanza en las cocinas domésticas y que quemaría los alimentos, que no podrían consumirse.
El uso del horno microondas no representa ningún riesgo para la salud. Las autoridades sanitarias avalan su seguridad desde hace años y puede utilizarse diariamente tanto para calentar como para cocinar los alimentos con total tranquilidad.
Existen muchos mitos en torno al microondas y sus efectos sobre la salud, especialmente con respecto al uso y la aparición de cáncer. El origen de los mitos es consecuencia de la interpretación errónea de los efectos que tienen sobre las personas las radiaciones que estos electrodomésticos utilizan para calentar o cocer la comida.
Siempre hay que utilizar recipientes aptos para microondas y no superar los tiempos de cocción recomendados para no sobrecalentar los alimentos. Podemos utilizarlo tanto para calentar como para cocinar, representando un método de cocción que presenta ventajas ante el sistema tradicional: minimiza los tiempos, es limpio y conserva los nutrientes de los alimentos en una proporción un poco más alta que otros procedimientos culinarios.
La cocción al microondas no modifica la composición química de los alimentos y tampoco emite una radiación ionizante. El electrodoméstico genera ondas que interaccionan con las moléculas polares del alimento (principalmente el agua) generando movimiento, y son los choques con moléculas contiguas los que producen el calor que los cocina. La seguridad de las ondas microondas está avalada tanto por la Organización Mundial de la Salud como por la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA), y su presunta relación con el cáncer fue ya desmentida en 2004 por la Asociación Española contra el Cáncer.
Algunos compuestos que se encuentran en los alimentos cocinados a la brasa podrían resultar cancerígenos, pero no existe evidencia alguna que relacione este efecto con un consumo ocasional.
Existe abundante controversia y discusión sobre el consumo de alimentos cocinados a la brasa, barbacoa o la parrilla por su relación con el aumento del riesgo de desarrollar cáncer. Algunas fuentes indican eliminar totalmente de la dieta cualquier alimento cocinado con estas técnicas.
Actualmente no existe ninguna indicación concreta sobre cuál sería la frecuencia de consumo de estos alimentos durante el tratamiento oncológico. Así pues, la recomendación sería la misma que para el resto de la población: uso ocasional de este tipo de técnicas de cocción, dejar suficiente distancia entre la brasa y el alimento para evitar que se queme y retirar siempre las partes más negras antes de comer. Marinar la carne con compuestos antioxidantes como el ajo, el jengibre, el pimiento, la cebolla, ayudará a proteger el alimento y reducirá la formación de compuestos cancerígenos.
Los hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAPs) y las aminas heterocíclicas (AH) son compuestos que se encuentran y se generan en alimentos (pescado y carne) cocinados con estas técnicas o en algunos ahumados. En algunos estudios se ha observado que pueden provocar cambios en el ADN y resultar así agentes cancerígenos. Algunos HAPs se han clasificado como cancerígenos probables en humanos por la Agencia Internacional de investigación sobre el Cáncer (IARC). Además, la exposición a niveles altos de AH puede causar cáncer en animales (siendo no muy clara la relación en humanos). Aun así, no hay suficiente evidencia que relacione un consumo ocasional con un efecto perjudicial cuando se está tratando un cáncer.
No es necesario. Comprar alimentos ecológicos es una opción personal y no una recomendación médica. A causa del extenso marco regulador, tanto los alimentos ecológicos como los convencionales pueden consumirse de manera fiable.
Muchas fuentes de información, no fundamentada, recomiendan una alimentación “natural” o exclusivamente ecológica a las personas que tienen cáncer para evitar así los residuos de plaguicidas o antibióticos que pueden contener algunos alimentos convencionales.
Consumir alimentos producidos de manera más sostenible es beneficioso para la sostenibilidad del planeta, sobre todo si son de proximidad. Se recomienda, sea cual sea la elección: comprar en establecimientos de confianza y calidad, consumir productos de proximidad y temporada, y lavar muy bien las frutas y verduras antes de consumirlas. Comprar alimentos ecológicos será pues una elección personal y no una recomendación. Hay que destacar que ecológicos no es sinónimo de saludable, ya que también existen alimentos ecológicos que contienen elevadas proporciones de grasas saturadas, azúcares…
Aunque algunos estudios indican que hay más concentración de algunos componentes interesantes para la salud en productos ecológicos, la afirmación de que estos son nutricional o biológicamente mejores no es compatible con la actual evidencia científica, que, hasta la fecha, no ha demostrado que sean más seguros o nutritivos que los convencionales. Con relación a los efectos de comer alimentos ecológicos o convencionales sobre la prevención o tratamiento del cáncer, algunos estudios relacionan el consumo de alimentos ecológicos con un menor riesgo de padecer cáncer, pero se necesitan más estudios para poder establecer un conceso y una recomendación concreta.
El ajo y otras especies de la misma familia (cebolla, puerro, cebollino) contienen algunas sustancias que podrían tener cierto efecto beneficioso sobre el cáncer, según pruebas en el laboratorio, pero no se ha podido confirmar su efecto en humanos.
El ajo se ha usado desde la antigüedad para tratar diversas afecciones por sus propiedades antisépticas, fungicidas, bactericidas, depurativas, diuréticas y de mejora en la circulación. Las propiedades beneficiosas de este alimento son tantas que se ha llegado a hablar de propiedades anticancerígenas después de sacar de contexto resultados de estudios observacionales o realizados en el laboratorio, que no aportan información precisa y de confianza para dilucidar si el consumo de ajo puede tener efectos beneficiosos durante el tratamiento.
El ajo es un ingrediente común de nuestra cultura culinaria, de consumo habitual y totalmente recomendado dentro de una alimentación equilibrada. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda un consumo de ajo fresco para adultos de 2-5 gramos/día (1 o 2 dientes de ajo) por sus propiedades beneficiosas sobre el sistema vascular. Un consumo en exceso podría causar efectos secundarios como mal aliento, olores corporales fuertes, ardor de estómago, náuseas o vómitos. De la misma manera, se debe evitar consumir cantidades elevadas o en extractos antes y después de cualquier cirugía, ya que podría aumentar el riesgo de sangrado. Así pues, su consumo es opcional y siempre utilizado como un ingrediente más en la cocina.
Diversas pruebas realizadas en el laboratorio han observado que el ajo y otras verduras de la misma familia contienen alicina y polifenoles, como la quercetina, que podrían proteger la célula de las sustancias desencadenantes del cáncer, reducir la proliferación celular o inducir la muerte celular de las células cancerosas. Aunque estas observaciones muestren que el consumo de ajo puede reducir el riesgo de padecer cáncer, de momento no hay suficiente evidencia científica para recomendar el ajo como un alimento que ayude a tratar el cáncer, ya que no hay estudios clínicos en humanos que lo confirmen.
El consumo de frutos rojos es totalmente seguro, pero el hecho de que se hayan demostrado algunos efectos sobre la salud no implica que puedan curar el cáncer si se consumen de forma habitual o excesiva.
La recomendación de consumir frutas rojas, tanto para prevenir como para curar el cáncer, está ampliamente extendida y es uno de los consejos más recurrentes cuando se habla de alimentación y prevención o tratamiento del cáncer.
Incluir frutos rojos en cantidades normales en la alimentación es totalmente seguro y beneficioso para la salud por sus propiedades antioxidantes. La recomendación de consumo de fruta durante el tratamiento indica la importancia de asegurar un consumo diario de tres raciones de fruta fresca (entre las que se incluyen los frutos rojos) lo más variadas posibles, ya que cada fruta tiene propiedades diferentes y beneficiosas para la salud. La mejor manera de aprovechar las propiedades de la fruta es consumirla de proximidad y temporada.
Los frutos rojos o del bosque (frambuesas, arándanos, moras, grosellas, fresa, etc.) son frutas pequeñas, ricas en polifenoles, con un poder antioxidante elevado. Aunque actualmente las investigaciones ofrecen resultados prometedores, la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA) indica que no hay suficiente evidencia que demuestre la efectividad de estos compuestos en el tratamiento y la prevención del cáncer. Entre las funciones que se les atribuyen encontramos la capacidad de bloquear selectivamente las proteínas presenciales que desarrollan cáncer, de interferir en la formación de nuevos vasos sanguíneos cerca de los tumores y en su progresión, la capacidad antioxidante (captación de radicales libres responsables del envejecimiento prematuro) y la capacidad para desarrollar mecanismos que inducen la apoptosis de células tumorales. La evidencia indica que comer frutos rojos tiene efectos beneficiosos, pero estas investigaciones hasta ahora solo han dado resultados a nivel de laboratorio.
Para poder verificar que el consumo de té verde, por su alto poder antioxidante, tiene capacidad de disminuir el riesgo de desarrollar cáncer o ejercer un efecto curativo, es aún necesario realizar estudios en humanos.
En los últimos años se ha hablado y escrito mucho sobre los efectos beneficiosos del té verde sobre la salud, entre los que se destaca que consumirlo habitualmente puede prevenir el cáncer y ayuda a curarlo.
Beber té verde es una buena opción para incrementar el consumo de líquidos y fomentar un buen estado de hidratación, imprescindible en una persona en tratamiento oncológico. Además, aportará antioxidantes con efectos beneficiosos para la salud. Un consumo elevado de té verde (más de dos tazas al día) podría suponer interacciones con algunos fármacos utilizados en el tratamiento y es necesario consultar con el oncólogo responsable. Se debe tener en cuenta también que contiene teína, de propiedades estimulantes, y por ello no se recomienda su consumo antes de ir a dormir o si se tiene insomnio.
El té verde contiene una alta proporción de polifenoles, como el epigalocatequina-3-galato (EGCG), responsable principal de sus efectos positivos. Estudios científicos de laboratorio y en animales han demostrado que es un potente antioxidante con capacidad in vitro para disminuir el riesgo de desarrollar determinados tipos de cáncer, inhibir las células tumorales e inducir la apoptosis de estas y disminuir la angiogénesis. No obstante, es necesario comprobar estos efectos en estudios clínicos en humanos. Debido a que en el mercado encontramos diferentes tipos y cada persona lo prepara de forma distinta, su funcionalidad se ve condicionada por diferentes factores y es necesaria mucha información para establecer unas recomendaciones concretas.
Los efectos del consumo de semillas de lino sobre el tratamiento o la prevención del cáncer no están demostrados.
Algunas personas en tratamiento incluyen en su alimentación las semillas de lino a raíz de haber escuchado o leído sobre sus posibles beneficios. Existe abundante información en redes y diversas fuentes, que afirman que comer semillas de lino puede prevenir y curar el cáncer, principalmente el de próstata, de pulmón, de colon, de recto o de mama.
Aunque los posibles efectos sobre el cáncer no están demostrados, el consumo moderado (de una a tres cucharadas al día) tiene beneficios sobre el sistema vascular. Integrarlas en una alimentación equilibrada es seguro y totalmente opcional, pero no una recomendación médica. En el caso de consumirlas se pueden moler para facilitar la absorción de los ácidos grasos o dejarlas enteras en caso de estreñimiento. En caso de querer ingerir más cantidad, hay que consultar con el oncólogo referente, ya que un consumo excesivo puede suponer interacciones con medicamentos. Es preciso reportar también su uso, en caso de cáncer de mama hormonodependiente, por su capacidad estrogénica.
La investigación científica sugiere que las semillas de lino pueden reducir el riesgo de cáncer a través de los lignanos (unos compuestos polifenólicos con capacidad fitoestrogénica), del ácido linolénico o de los ácidos grasos omega-3 que contienen. Estudios realizados en animales concluyen que los lignanos actúan como antioxidantes y que las semillas de lino reducen la formación, el crecimiento o la propagación de algunos tipos de cáncer. Los estudios en humanos son muy limitados y de momento no hay suficiente evidencia científica para recomendar las semillas de lino como protectoras o como terapia durante el tratamiento.
Actualmente no existe suficiente evidencia científica que confirme que su consumo durante el tratamiento tenga efectos beneficiosos sobre la enfermedad, puesto que faltan ensayos clínicos y estudios dosis-efecto.
En los últimos años se ha descrito la curcumina de la cúrcuma como uno de los componentes con más posibles efectos beneficiosos para prevenir y tratar el cáncer. Esto ha hecho aumentar el número de fuentes que recomiendan su consumo durante el tratamiento.
Utilizar la cúrcuma dentro de una alimentación equilibrada es totalmente seguro. Su uso tradicional para elaborar platos, como el de otras especias, no comportaría ningún efecto perjudicial. En caso de un consumo a dosis altas, hay que consultar al oncólogo referente, ya que puede interferir con algunos fármacos utilizados en el tratamiento con quimioterapia.
La cúrcuma es una especia que contiene en sus rizomas la curcumina, a la que se otorgan potenciales efectos anticancerígenos. En diversos estudios hechos en el laboratorio y en animales se ha demostrado que presenta actividad antitumoral y de apoptosis en un amplio espectro de células, que tiene capacidad antioxidante (que previene la angiogénesis, inhibiendo células cancerosas y retrasando el crecimiento y propagación del cáncer) y que tiene efecto antinflamatorio en las células cancerosas. Los ensayos clínicos en humanos sobre estos efectos de la curcumina se encuentran en las primeras fases, siendo necesario esperar para saber si se convierte en un elemento a introducir en el tratamiento del cáncer.
Hoy en día no existe ningún tipo de dieta restrictiva que tenga una clara evidencia científica para su uso en pacientes durante el tratamiento oncológico. De hecho, muchas de estas dietas pueden ser potencialmente muy peligrosas durante el tratamiento.
Las redes sociales, los medios de comunicación, y el boca a boca están llenos de mensajes y recomendaciones sobre dietas alternativas “milagro” que ayudan a curar el cáncer, por lo que su seguimiento es una práctica muy extendida entre personas afectas de cáncer. Habitualmente estas recomendaciones se realizan sin la indicación del equipo referente del tratamiento oncológico, por lo que puede poner en peligro la situación clínica y nutricional del paciente. De la misma manera, la indicación o restricción de alimentos concretos durante el tratamiento oncológico, debe venir por parte del equipo médico tratante o la dietista-nutricionista referente. Algunas de las dietas más extendidas son la dieta alcalina, la dieta del grupo sanguíneo, la dieta macrobiótica, la dieta vegana, la dieta cetogénica y el ayuno intermitente.
Un estado nutricional adecuado es básico para hacer frente a la enfermedad y sus tratamientos. El diagnóstico de cáncer no condiciona el cambio de dieta. En el caso de hábitos dietéticos poco saludables se recomienda mantener una dieta variada, equilibrada y saludable que cubra las necesidades nutricionales durante este periodo. En el caso de que previo al diagnóstico oncológico ya seguía una dieta vegana, macrobiótica o vegetariana, puede continuar haciéndolo siempre bajo supervisión dietética-nutricional asegurando un aporte nutricional completo, pero no debe realizar el cambio si no era su caso. Consulte siempre a su equipo médico referente antes de seguir cualquier dieta que no haya sido prescrita dentro de este equipo o centro hospitalario.
Existe poca evidencia sobre los beneficios de las dietas alterativas durante el tratamiento del cáncer. El uso de las dietas cetogénicas y el ayuno intermitente (en diferentes modalidades) son las más estudiadas. Sin embargo, a día de hoy no existe suficiente evidencia científica para recomendar ninguna de ellas en los pacientes con cáncer dado los potenciales efectos adversos. El uso de otras dietas restrictivas en muchos casos, están basados en razonamientos teóricos, casos anecdóticos o fuentes no verificables careciendo de una evidencia científica robusta que avale su uso rutinario. La evidencia existente en dieta vegana, vegetariana, macrobiótica o basada en plantas (en inglés: plant-based) está orientada hacia la prevención del cáncer y existen muy pocos estudios realizados durante el proceso oncológico.
No. No existen estudios científicos que hayan relacionado los alimentos transgénicos con procesos oncológicos.
Existe la falsa creencia de que los alimentos modificados genéticamente o transgénicos se encuentran relacionados con procesos tumorales. Se cree que, al modificar los genes de los alimentos, se modifican también los de las personas que los consumen, dando lugar así a mutaciones y a la generación de posibles tumores.
La recomendación de seguir una alimentación saludable y equilibrada basada en el patrón de la dieta mediterránea puede realizarse incluyendo alimentos de este tipo, ya que la Unión Europea garantiza que su consumo es seguro. Además, la normativa obliga a etiquetar todo alimento modificado genéticamente y también los ingredientes con organismos modificados genéticamente (OMG) o producidos a partir de ellos. Así, incluirlos o no en la alimentación será una opción y elección personal.
Los alimentos genéticamente modificados son aquellos cuyo material genético se ha modificado usando técnicas modernas de ingeniería genética para conferirles una propiedad determinada, por ejemplo, mejorar sus características nutricionales, mejorar deficiencias nutricionales poblacionales, potenciar su crecimiento o hacerlo más eficiente, ofrecer resistencia de los cultivos a enfermedades o plagas, entre otros. La Unión Europea garantiza que su consumo es seguro antes de su comercialización comprobando que no provocan alergias, no transfieren material genético ni son resistentes a antibióticos y que no se dan cambios significativos a nivel nutricional. Hasta la fecha, no existen estudios científicos fiables ni evidencia contrastada que relacionen su consumo con la aparición de tumores o interferencias durante el tratamiento.
El consumo moderado de café durante el tratamiento del cáncer es seguro, aunque su ingesta podrá ser o no recomendada dependiendo de la sintomatología o efectos secundarios que vayan apareciendo. Por ello se aconseja consultar siempre al equipo médico de referencia.
Por un lado, años atrás, algunos estudios científicos relacionaron la ingesta de café con el aumento del riesgo de padecer cáncer y en especial, cáncer de páncreas. El tostado del café, además, genera acrilamida, una sustancia química con importante controversia. Por otro lado, algunos estudios más actuales afirman que el consumo de café podría estar asociado con una menor incidencia de algunos tipos de cáncer y otros efectos beneficiosos para la salud. Estos dos hechos han generado interrogantes y dudas entre las personas en tratamiento de un cáncer.
La evidencia no es suficiente para recomendar la exclusión o ingesta de café durante el tratamiento, por lo que su consumo será opcional. La recomendación actual indica que un consumo moderado de café puede formar parte de una alimentación equilibrada. La EFSA (Agencia Europea de Seguridad Alimentaria) aconseja no superar la ingesta de 400 mg de cafeína al día (dosis que repartida a lo largo del día no tiene efectos perjudiciales). Es necesario considerar que el contenido de cafeína dependerá del tipo de café o la dilución, entre otros, y que, de media, una taza de café expreso contiene 80 mg de cafeína. Por ello no se deberían tomar más de cuatro cafés al día. Una ingesta elevada de cafeína puede interferir en los patrones del sueño, suponer problemas digestivos o desajustes en la tensión arterial.
Estudios recientes y mejor diseñados que los iniciales no han encontrado relación entre el café y la aparición de cáncer. Incluso la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha eliminado el café como un posible carcinógeno y actualmente se vincula su consumo, con múltiples beneficios para el sistema inmune (al regular el estado de inflamación) y con un menor riesgo de desarrollar algunos tipos de cáncer. Se atribuye este efecto a sus compuestos fenólicos con papel antioxidante y capacidad de prevenir el daño oxidativo de los componentes celulares que contribuyen a la patogénesis de la inflamación, el cáncer y las enfermedades neurodegenerativas. Aun así, la evidencia en este sentido no es concluyente y los resultados tienen un grado de certeza muy bajo, siendo incierto o dudoso afirmar que el café es beneficioso para la salud.
Actualmente no existe ninguna evidencia que relacione una ingesta, dentro de la cantidad diaria admisible, de cualquier de los aditivos aprobados por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria con un mayor riesgo de desarrollo de cáncer o interacciones durante el tratamiento.
Hoy en día aún continúan apareciendo noticias que relacionan los aditivos alimentarios con multitud de efectos adversos para la salud como alergias, disbiosis intestinal, mayor riesgo de desarrollar cáncer o interacciones con los tratamientos oncológicos, generando cierta incertidumbre sobre su seguridad y provocando que muchas personas los eviten.
La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) revisa la seguridad de los aditivos alimentarios con una evaluación muy exhaustiva, periódicamente, habiendo finalizado la última evaluación en el año 2020 y con revaluaciones posteriores en algunos casos concretos como el aspartamo (ver mito edulcorantes). La letra E indica que ha sido aprobado y es seguro para el consumo humano. Por ello, los alimentos que contienen aditivos alimentarios pueden formar parte de una alimentación sana y equilibrada. Aun así, una alimentación saludable es aquella basada en alimentos frescos, de proximidad y temporada, y poco o nada procesados. Disminuir la cantidad de alimentos muy procesados o ultraprocesados de nuestra dieta no solo nos permitirá llevar una alimentación más saludable sino que reducirá nuestra ingesta de aditivos.
Los aditivos alimentarios son sustancias añadidas intencionadamente a los alimentos para ejercer funciones tecnológicas: dar color, mejorar la textura, endulzar, ayudar a conservar, entre otros. Existen diferentes tipos y siempre deben figurar en la lista de ingredientes indicando la función que desempeñan en el alimento. La evidencia científica de los efectos negativos de los diferentes aditivos alimentarios es amplia, pero frecuentemente poco contrastada o rigurosa. Por ello la EFSA somete los aditivos alimentarios a una evaluación muy exhaustiva, en la que se establece una ingesta diaria admisible para cada uno de ellos (estimación de la cantidad de sustancia que una persona puede ingerir a diario durante toda la vida sin que llegue a representar un riesgo apreciable para su salud).